¿Qué significa ser creativo?

Cada vez más seguido veo que la gente se describe a sí misma como ‘creativo‘. Y no está mal. Lo raro es que no dicen cosas como «soy re creativo«. Es más, ni siquiera dicen cosas como «puedo ser re creativo«.

Creativo es un puesto de trabajo. Es un rol dentro de una organización. Es un laburo.

Eso sí me parece muy significativo, me parece que es una tendencia a observar. Estamos viviendo un momento de transición, en el que la creatividad está dividida, como partida en dos: se puede ser creativo, o se puede ser un creativo.

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Ser creativo es una cualidad. Es una habilidad para generar cosas nuevas.
Ser un creativo es una ocupación.

Ser creativo es estar dispuesto a ver más allá. Es una forma de ver el mundo, con ojos de inventor, es desvelarse por una idea.
Ser un creativo es una tarea, de lunes a viernes, de 9 a 6.

Ser creativo es un valor, es una ventaja, es tener la mentalidad del rebusque.
Ser un creativo es ser un recurso.

Lo que me preocupa no es tanto que exista esta tendencia a convertir lo que hacemos por gusto o diversión en una obligación, ni que ocupemos a las personas con la tarea de ser creativos, de lunes a viernes, de 9 a 6. Lo que me preocupa es que nos olvidemos de que hay otras formas de ser creativo, más allá de ser un creativo.

 

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Comunicación que entra y que sale

Empecemos diciendo que comunicar es interactuar, y entonces la comunicación es un proceso interactivo. Y que sea un proceso y no una receta significa que hay complejidades.

A menudo, caemos en la trampa de nuestro punto de vista: creemos que si dijimos algo, el otro escuchó, y no sólo escuchó, sino que entendió, y no sólo entendió, sino que entendió lo mismo que nosotros entendemos. Sin embargo, tantas instancias dejan muchas posibilidades de que algo salga mal, y los malos entendidos dan prueba fehaciente de ello.

Entonces, ¿cómo hacemos para comunicar mejor?

Alinear entrada y salida

Alinear la comunicación externa con la interna es la base de una comunicación efectiva.
¿Por qué? Porque es creíble.

Los seres humanos no nos llevamos bien con las contradicciones, y preferimos siempre la coherencia y la consistencia. Si hacés lo que decís, puedo tener algo de previsibilidad, puedo saber qué esperar de vos (metemos paréntesis para recordar que esto es lo que llamamos reputación). A las personas les encanta esto. Les da seguridad, y la seguridad da lugar a la confianza. Y ¿sabés qué? La confianza es sinónimo de buena comunicación.

Ahora bien, si lo que comunicamos hacia afuera se condice con lo que producimos (sea un producto o servicio), alcanzamos la preciada consistencia. ¿Qué tiene eso que ver con la comunicación interna? Gracias por preguntar:

Ya lo dijimos varias veces, pero no está de más repetirlo: hay humanos de los dos lados. En cualquier situación podemos encontrar comunicación, y toda vez que encontremos comunicación, encontramos humanos: al principio y al final de toda cadena de sentido hay un humano. Y esto funciona también al revés: siempre que hay humanos, hay comunicación.

Es decir que, siempre que dejes a dos humanos en condiciones normales de presión y temperatura, van a intercambiar mensajes y significados, van a crear sentido. Y adiviná qué… si uno de esos humanos es parte de tu organización, lo que él diga va a hablar sobre la misma; es más, casi va a parecer que tu organización habla a través de ese humano. Y seguí adivinando… ¡Correcto! Si lo que ese humano dice no está alineado con lo que tu organización dice y/o hace, chau consistencia.

Por otro lado, imaginate que te proponés perder 4 kilos (porque la llegada de la primavera marca la cuenta regresiva para el verano, ¿o no?). Esta meta no pasa por una cuestión cuantitativa, de más o menos comida. Es, en realidad, una cuestión cualitativa: se trata de comer mejor. Y tampoco es un proceso aislado, es decir que no está limitado únicamente a los alimentos, sino que involucra procesos en otras áreas: nuestras condiciones de base, actividad física, hormonas, recursos, etc. Exactamente lo mismo pasa con la comunicación: tratar de mejorarla actuando sobre una única variable es como querer manejar un auto con una sola rueda. El proceso tiene que abarcar todas las variables y, más importante, tiene que lograr ponerlas en equilibrio.

 

¿Qué me llevo?

Hagamos un resumen, porque dijimos muchas cosas: dijimos que la comunicación es interactiva, y que por ende no es una cuestión cuantitativa, sino cualitativa: no se trata de comunicar más, sino de comunicar mejor, y dijimos que para eso tenemos que equilibrar lo que entra y lo que sale, ya que eso nos va a dar consistencia, y eso va a generar confianza. El equilibrio es difícil de alcanzar, pero es mucho más sencillo cuando tenemos un parámetro de referencia.

Ahí es donde entra en juego el contexto, que nos da un marco de interpretación, que los humanos necesitamos para entender qué es lo que vemos, escuchamos, vivimos. Todo lo que hacemos y decimos, y en especial la relación entre lo que decimos y lo que hacemos, va a crearnos una reputación, es decir, un conjunto de expectativas sobre lo próximo que vamos a decir y hacer: un contexto. Una comunicación alineada, con un buen equilibrio entre lo que entra y lo que sale, crea un contexto en el que es mucho más fácil mantener una consistencia entre lo que decimos y lo que hacemos. Y ahí está el secreto para comunicar mejor.

 


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Tomando decisiones difíciles

¿Te pasa seguido que sentís que tenés que tomar decisiones y te parecen super difíciles? O tal vez sentís que no debería ser todo tan complicado, que tiene que haber una forma más fácil de tomar decisiones. Yo creo que la hay, y vengo a contártela:

A menudo, las decisiones complejas son en realidad decisiones muy simples.

¿Qué quiero decir con esto? Quiero decir que vemos las decisiones complejas como el producto de una situación compleja: ¿renunciar o seguir en el mismo trabajo? ¿continuar o cortar una relación? ¿comprar la casa o seguir mirando? Todas estas preguntas suelen tomarnos un largo tiempo, y mucha energía. De ellas depende un gran pedazo de nuestras vidas, y un cambio de esa magnitud tiene un impacto considerable. Tiene sentido que nos parezcan tan difíciles, que nos lleven tanto tiempo, y que nos exijan tanta energía.

Sin embargo, yo creo que, si miramos un poco más de cerca, si vamos un poco más profundo, la mayoría de las veces vamos a encontrar que estos escenarios complejos, enroscados y enmarañados son un artilugio mental para evitar tomar una decisión binaria (las que son del tipo sí/no, blanco/negro).

Estas decisiones binarias tienen la estructura más simple que se nos pueda ocurrir: en esencia, tenemos un camino único que se bifurca en dos.

La complejidad de estas decisiones binarias no está en el problema en sí, sino en la proyección que hacemos sobre las posibles consecuencias que esa decisión simple podría desencadenar. Según la teoría del multiverso, cada decisión binaria que tomamos da vida a un nuevo universo paralelo, en el que nuestro ‘yo’ paralelo tomó la otra decisión: por ejemplo, si en este universo tiro una moneda al aire y cae sobre una de sus caras, automáticamente se genera un universo alternativo en el que cayó la otra cara, un universo ‘cara‘ y un universo ‘ceca‘.

La complejidad, entonces, no viene de la decisión, sino de nuestro intento de anticiparnos a todo lo que puede llegar a pasar en el universo creado por esa decisión. Lo que se vuelve paralizante es la imposibilidad de prever todos los posibles, y por eso recubrimos esa decisión binaria inicial con una infinidad de otras cosas, que dan la impresión de complejidad y hacen que parezca un asunto complicado, multifacético e imposible de desentrañar.

Las decisiones más difíciles, enroscadas y complejas son, en realidad, una decisión binaria, una decisión entre sí/no que no queremos tomar, y para la cual armamos una cáscara difícil, enroscada y compleja.

¿qué hacer, entonces?

Es imposible salir de nuestras mentes y pensamientos humanos, por lo cual inevitablemente vamos a seguir construyendo estructuras complejas alrededor de nuestras decisiones simples, para lidiar con la ansiedad de tener que tomar estas decisiones binarias y optar por un universo y al mismo tiempo renunciar al otro. ¿Cuál es entonces esa forma de hacer más fácil la toma de decisiones?

Si bien es difícil dejar de anteponer todos esos filtros, lo que sí está a nuestro alcance es hacernos cargo de esa opción y esa renuncia, y la forma de hacer más fácil la toma de decisiones consiste en reflexionar y preguntarnos qué decisión binaria estamos intentando evitar, y por qué.

Si no podemos tomar la decisión, al menos podemos aprender a reconocerla. Y si no podemos reconocerla, al menos recordemos que está ahí, que lo complejo, en realidad, es una forma de ver, y que tenemos siempre la opción de cambiar la complejidad por claridad.

 

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¿Cómo mejorar la calidad? Sumando claridad

El ser humano se siente naturalmente atraído por lo nuevo, y por lo tanto, si no renovamos la oferta, si no la mantenemos dinámica y actualizada, rápidamente se vuelve aburrida, y nuestra audiencia deja de prestarle atención. La ecuación es simple: maximizar la cantidad, sin cuidar la calidad, a la larga reduce la cantidad.

Por algo Ford dejó de producir el Ford T: por más que la compañía pudiera seguir generando más y más unidades del mismo modelo, el público termina aburriéndose. La cantidad no importa. Por otro lado, si el auto es siempre el mismo, las personas no se sienten tan tentadas a cambiarlo, porque sólo obtendrían uno igual, pero con menos uso. Ford necesitaba renovarse, sacar nuevo modelos al mercado, y eso es prestarle atención a la calidad, en dos frentes:

  1. Por un lado, mejorando la calidad de la oferta, diversificándola, haciéndola más interesante
  2. Por otro lado, mejorando la calidad de cada nuevo modelo respecto del anterior, para que tenga sentido cambiar de auto

Esto mismo aplica a casi cualquier ejemplo que se te ocurra, y si no se te ocurre, escribime y te cuento al menos 3 casos que se me ocurren ahora mismo.

Entonces, ¿cómo hacemos para trabajar sobre la calidad? O, dicho de otro modo, ¿hacia dónde ir desde el Ford T?

Calidad = Claridad

Mejorar la calidad de lo que hacemos significa ser más claros. En su libro To Sell is Human (Vender es Humano), Dan Pink postula nuevos principios básicos para vender, y me interesa particularmente el tercero: la Claridad.

Pink dice que en el nuevo mundo superconectado y con una abundancia de información, ya no se trata de saber solucionar problemas: se trata de saber encontrar el problema correcto. Esto implica la capacidad de recolectar y ordenar una enorme cantidad de información, para formular las preguntas adecuadas, que abran el camino al descubrimiento de grandes posibilidades. Se trata de comparar nuestras ideas con otras alternativas, y de asegurarnos de que no nos estamos perdiendo en los detalles.

Formular mejores preguntas es el primer paso para entender mejor el problema. Mientras que unos estaban rompiéndose la cabeza para encontrar una forma de que sus caballos corrieran más rápido, o de que sus carruajes tuvieran un andar más suave, otros estaban creando el primer motor a combustión, y lanzando al mercado los primeros automóviles. Estos fueron los que lograron ver el problema con suficiente claridad como para redefinirlo. Y fueron los que triunfaron.

 

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¿Por qué es importante pensar en una narrativa?

La autora, poeta, bailarina, actriz y cantante estadounidense Maya Angelou dijo alguna vez:

«He aprendido que las personas se olvidan de lo que dijiste, que se olvidan de lo que hiciste, pero que nunca se olvidarán de cómo las hiciste sentir«

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Las narrativas mantienen vivas las sensaciones

Nuestras emociones (ira, vergüenza, tristeza, alegría) son fugaces: aparecen instantáneamente y no duran demasiado. Sin embargo, si creamos una narrativa alrededor de un evento o una persona, podemos sostener ese estímulo emocional por un largo tiempo.

Como dice Maya Angelou, lo que provocamos en el otro no se olvida fácil, perdura. ¿Cuál es la meta entonces? Construir narrativas que se acerquen a nuestras audiencias desde un costado emocional.

Es un error común tratar de convencer a otros basándose en la razón, en hechos, en datos. La realidad es que hay humanos de los dos lados, y los humanos somos muy malos tomando decisiones lógicas: tomamos decisiones irracionales, impulsivas y dominadas por nuestras emociones. Para que nuestra idea resuene, necesitamos acercarnos a nuestras audiencias tanto intelectual como emocionalmente. Y la mejor manera de contactar en ambos niveles es a través de una narrativa.

Las historias son lo que mejor hacemos los humanos: recordamos experiencias, organizamos esas experiencias, y revivimos esas experiencias a través de historias. De hecho, una buena historia es capaz de crear una experiencia. Una buena historia es memorable.

¿Y cómo se hace eso? La clave, ya lo dijimos, es hacer que al otro le importe. Se trata de ser sincero, de hablar honestamente, de aportar valor. Decimos que una historia es buena cuando tiene un gran contenido, y cuando ponemos ese contenido en contexto, cuando construimos una narrativa, potenciamos su efecto. Pero el verdadero poder de la narrativa está en el contacto: cuando la historia toca al humano, cuando hacemos que el otro sienta. El viejo dicho dice que «si no tenés nada bueno para decir, mejor no digas nada«, y a mí se me ocurre que lo opuesto también es cierto:

Sólo decí algo cuando tengas algo realmente bueno para decir


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